«Algarivo»: Fin de la aventura

Escrito por Number 1 Sport. Creado en Los Blogs opinan

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FIN DE LA AVENTURA. Pos José Manuel Ariza.

Saludos.

Se acabó el crédito. No más. Llega el momento de invertir en entrenadores.

Es muy posible que Marcelino se vaya por su falta de personalidad. Es posible.

Quizás no ha sabido ser consciente de que manejar a veintitantos chavales (gente, como él, muy joven la mayoría), estrellas rutilantes que apenas pueden salir a la calle como cualquier otro ciudadano, permanentemente en los medios, deportistas de élite con físicos formidables, con egos descomunales (necesarios y exigibles), en los años más explosivos de la vida y obligados a domesticar los impulsos naturales de ésas edades, es tarea ardua y compleja, muy difícil.

Solo hay dos caminos: dominas o te dominan.

Hay que tener una personalidad de hierro para que la atención se polarice en uno solo (pararrayos permanente) y deje al margen, dedicados a lo suyo, a los verdaderos protagonistas.

Podremos decir lo que se nos ocurra del impresentable que entrena al Madrid y tendremos razón. Podremos pensar que es chocante, desagradable, procaz, virulento, borde, repulsivo… todo ello y más y es cierto. Pero es el más chulo de la clase. Es capaz de desviar cualquier tipo de atención (y la tensión) para defender a criminales del tipo Pepe, Ramos, Khedira… y saltarle al cuello al primero que diga, siquiera, la verdad sobre sus muchachos aunque asquee. Son intocables y “yo soy el primo de Zumosol”.

Al noroeste distintas formas: exquisitez, educación, buenos modos, buen juicio y nivel intelectual… pero el mismo resultado. El que entrena al Barça es el mayor atractivo del equipo. Y sus chicos, al campo, a hacer magia con el balón que para eso les pagan y muy bien. Ni siquiera el jugador número uno del mundo es capaz de llamar tanto la atención como su jefe ante los micrófonos. Da gusto escucharle porque habla por todos, de todos y muy bien.

Los grandes equipos necesitan grandes entrenadores porque lo contrario (aunque alguna vez suene la flauta), es hurtarles un soporte fundamental.

Y los grandes entrenadores son, sobre todo, grandes psicólogos. Para lo bueno y para lo otro. De mala manera o correctamente, da igual, motivan como nadie. Y respaldan a los suyos aunque alguna vez hagan estupideces, cometan errores o, sencillamente, fallen (esto es un juego aunque no lo parezca tantas veces).

No entiendo de fútbol y no soy entrenador. Me avalan, pobremente, muchos años de ver partidos de todos los calibres. Siempre pensé que el trabajo principal de un entrenador es ése precisamente: psicológico, motivador y motivante. Una parte para tácticas y estrategias y pedir entrega a los que sudan la camiseta.

Llegar a la élite de la competición como jugador es sinónimo de que tienes aptitudes sobradas porque te contrata gente que sabe de ello y suele acertar. La actitud, generalmente, la extrae el entrenador (aunque muchos se motiven solos), la propicia, la fomenta y la exige o no juegas.

Hemos visto muchos ejemplos de plantillas de nivel bajo o medio rendir de manera sorprendente porque han tenido un técnico tan vehemente que los ha hecho correr como posesos. Carentes de las aptitudes de otros mejor pagados, ha suplido ésas carencias con tesón, esfuerzo y entrega.

Y miren por donde, los que más cobran en los equipos económicamente mas poderosos también se comportan igual… pero con muchas más aptitudes. Y están arriba, ganan títulos y corren tanto como aquellos. Todos los partidos. No consideran a ningún enemigo pequeño y si pueden (que suelen poder), no se conforman con un gol. Te meterán seis apenas les dejes unos resquicios.

El Sevilla tuvo la fortuna de contratar a Caparrós para salir del pozo. Y Caparrós, motivador por excelencia y donde los haya, nos dejó arriba y con un elenco de estrellas en ciernes descomunal. Juande, que se encontró aquel pastel, supo sacarle un jugo impresionante (sonó la flauta), hasta convertirnos en uno de los poderosos de la Liga.

Desde entonces, iniciamos un descenso lento pero constante con todos los que llegaron después. Y ahora, hoy, debe salir Marcelino porque estamos tan cerca de los puestos de descenso como de los de Europa. En la zona gris y mirando, otra vez y tras la gloria recién pasada, hacia abajo.

Marcelino es un tipo correcto, sincero (a veces demasiado y eso no es productivo en ésta profesión), educado y… blando. Como decía (recuerden el caso Aragonés-Reyes y el tema del negro, por ejemplo), hay que ponerle a un tío la mano en el cuello y gritarle para que se crea mejor de lo que es (y suelen serlo mucho) y que “mueva el culo”. Y decirle, a voces si es necesario, que si no corre y hace exactamente lo que se le diga, no juega. Se llame como se llame.

Marcelino (sospecho porque no lo conozco), me temo que no hace eso y mientras anduvo manejando a jugadores de menor nivel y que ya de por sí eran conscientes de sus limitaciones o con grandes esperanzas de destacar, le fue bien. Pero llega al Sevilla y se encuentra un vestuario lleno de figuras nacionales e internacionales. Es otra cosa. Otro mundo.

Y Marcelino no dio la talla.

Pero no es el único culpable porque las señales de alerta saltaron hace ya meses. Años, tal vez.

Instalados arriba, nos faltó (desde la flauta de Juande), el complemento equilibrador de un entrenador potente, poderoso y del mismo nivel o superior a la plantilla. Un director de escena que manejara a los actores para extraerles algo más que sus propios jugos. Es así nos guste o no.

Club, Equipo, Técnico y Afición.

Todos juntos, todos en el mismo plano. Todos. No puede fallar ninguna de las patas.

Un conjunto nivelado, equilibrado y armonioso o nos vamos a las cavernas de nuevo.

Hay modelos que no podemos imitar. Ya no.

Cuidaros.