UN SEVILLISTA CUALQUIERA. Por Ravesen.
SEVILLISTA Y PERSONA.
Es muy común escuchar o leer a sevillistas contando agradecidos cómo sus padres supieron traspasarle la pasión por estos colores. Enumerando recuerdos, describiendo anécdotas y batallitas y, caso de haber fallecido, soñando emocionados con ese tercer anillo que todos sabemos que existe y en el que se encuentran nuestros seres queridos sevillistas que en su día dejaron este mundo.
Sin embargo, nunca he oído a alguno de esos padres contar cómo lo hicieron para lograr ese objetivo para con sus hijos. Lo máximo que se les escucha decir son cosas como «cuando te llegue el momento lo sabrás», o » limítate a quererle, que lo demás caerá por su propio peso», o cosas por el estilo. Claro que los padres sevillistas de hijos béticos también les quisieron, y luego pasó lo que pasó. ¿O es que quizás no supieron lo que se supone que tendrían que saber cuando llegase aquel supuesto momento?
Yo tengo un hijo de dos años, y mi mayor objetivo es educarle para que sea una buena persona. Eso por delante de todo, pero luego, no demasiado por detrás, quiero que sea tan buena persona como buen sevillista. Sé que hay muchas fuerzas externas empeñadas en hacerme fracasar. Influencias negativas que pretenden arrastrar a inocentes criaturas al lado oscuro. Hasta hace no mucho, ese lado oscuro era de color verdiblanco. Yo creo que todos tenemos el típico primo, cuñao o familiar graciosillo y verdolaga que pica a los hijos de sevillistas para que prefieran al Betis. Sin darse cuenta, supongo, del daño moral que les hacen y del peligro que corren de convertirse en creaturitas acolapsadoras de palmeras. Lo que pasa es que, últimamente, ese lado oscuro se ha fortalecido de un modo preocupante con la eclosión del catetismo provinciano adulador de merengues y culés. Contra un equipo tan perdedor que su lema es «viva el Betis manque pierda» es fácil luchar. Pero contra esos otros dos es más complicado.
Por tanto, ya me he puesto a ello. Y aprovechando que al niño le gusta la música, pues de vez en cuando le canto el «lo lo looo… vamos mi Sevilla, vamos campeón», que me parece sencillo y fácil de memorizar para una criatura de esa edad. Y, efectivamente, el niño la acabó aprendiendo y llegó incluso a pedírmela para que se la cantase. Sin embargo, cierto día comencé a recitarla y se revolvió diciendo que no. Que no quería esa canción, que quería otra. Y como no se sabe ninguna otra del Sevilla, pues tuve que cambiar de temática. Yo quiero que sea sevillista, pero no pretendo agobiarle, no sea que se me rebele. Tiempo al tiempo. Y dejé el asunto para más adelante. Hace ya unos dos meses de aquello.
Pues bien, ayer al mediodía, mientras le cambiaba y le preparaba para la siesta, comenzó recitar algo mirándome, que es lo que hace cuando quiere que le cante lo que sea. Al principio no le entendía, algo muy común en un niño de dos años con su propia concepción del idioma, pero al momento me di cuenta de lo que pasaba. ¡Quería que le cantara el «lo lo looo»! ¡Dos meses después y no se había olvidado! Pero es que, además, no sólo se la sabía perfectamente, sino que la cantaba al tiempo que agitaba un brazo. Y cuando acababa, hacía un puño con la mano, elevaba el pulgar hacia arriba y gritaba: ¡Sevilla!
Os prometo que me tiemblan los dedos al escribirlo. ¿Cómo es posible eso? Dicen que los niños son esponjas con esa edad, pero ¿hasta ese punto? Supongo que me habrá observado viendo algún partido, o que me habrá escuchado hablar de fútbol con mi mujer, cualquiera sabe. Pero el niño tiene muy claro que el Sevilla es algo bueno, que le gusta a su padre y que esa canción es importante.
En verdad, debo tomarme las cosas con un poco de calma en lo que al niño se refiere. Sólo tiene dos años e interpreta el mundo del modo que su reducido conocimiento le permite. Igual te canta este canción sevillista, que luego opta por el cumpleaños feliz (sin venir a cuento), o por la sintonía de cualquier serie de dibujos animados. Y las conclusiones a las que llega, su lógica, es a veces hasta absurda ¿qué se puede esperar de un niño de dos años?
Os voy a poner un ejemplo, aunque para ello os tengo que presentar a Scoottie:
Scootie es un personaje de una serie infantil llamada «Jungla sobre ruedas». Cada personaje tiene un color muy intenso, y como el niño está aprendiendo a distinguir los colores, pues Rosa (mi mujer) y yo empleamos esta serie para practicar. Furgofante es azul, Sapistón es verde, Buga es amarillo… y Scootie es rosa.
Y entonces empieza a carburar el cerebro de mi niño. Y su lógica también. Si Scootie es rosa y mamá se llama Rosa… la conclusión es evidente.
¡Mamá es Scootie!
!!!
Os juro por lo más sagrado que mi mujer y el personaje este no se parecen ni en el blanco de los ojos. Pero, ya digo, la lógica del niño es personal e intransferible. Por tanto, por mucho que se sepa la canción del «lo lo looo», eso no quiere decir nada. He de perseverar.
Bromas aparte, la verdad es que es apasionante ver a un niño crecer. Apasionante, fascinante, desconcertante… impresionante. Muchas de las cosas que nos preocupan en el día a día se vuelven chorradas al contemplar como esa criatura descubre el mundo. Ayer, mientras observaba anonadado como el crío cantaba aquella canción, me acordé de la continua controversia en la que suele vivir el sevillismo. Hoy día consiste en ser «oficialista» o crítico, aunque en ápocas anteriores se basó en otras cosas. Dicen algunos que siempre hemos sido así, que siempre los hubo criticones exacerbados y otros más conformistas (o sensatos, según el caso o el momento). Que siempre hubo pitones (o pitadores), e incluso algunos que perdían las maneras y las formas y desfogaban en la grada todo lo que no podían en casa. Dicen que no nos deberíamos extrañar tanto de estas cosas, que siempre ha sido así. Y es cierto.
Claro que también lo es que tal cosa no quiere decir que haya que callarse y no denunciarlo. Que si algo está mal, no hay por qué seguir aguantándolo sólo porque siempre haya sido así. ¿O es que las cosas no se pueden cambiar? Sobre todo si el cambio es a mejor.
Y ayer, observando a mi hijo, pensé que a mí me gustaría que fuera buena persona y buen sevillista. Como decía antes. Una buena persona no acude a un campo de fútbol a cagarse en todo lo que se menea. Una buena persona no insulta a otro sólo porque su opinión sea distinta. Una buena persona respeta a los demás, escucha, es capaz de conversar, de debatir y de llegar a un acuerdo. Una buena persona entiende que no se puede tener razón siempre. Y que incluso cuando se tiene, igual sólo se tiene en parte. O igual esa razón vale para unas circunstancias, pero no para otras, con lo que es posible que dos personas que ven algo desde extremos opuestos tengas ambas razón.
Estoy hablando de personas. De buenas personas. No de sevillistas.
Y ahora vuelvo a recordar que hay quien dice que esa actitud que tiene parte del sevillismo no es nueva, que siempre ha sido así. Y estoy de acuerdo en parte, pero no en todo. Es cierto que siempre ha sido así, pero no en el sevillismo. O mejor, no sólo en el sevillismo, sino en la sociedad al completo.
Últimamente se habla de sevillistas buenos y sevillistas malos. Hay quienes han considerado menos sevillistas a otros sevillistas por el hecho de no ser de Sevilla, de ser sevillanos de adopción, no de cuna. O por no ser socios, o por no ser accionistas, o por ir o no ir al estadio. Se ha acuñado hasta una palabra para definir esto: el «sevillómetro».
Y de lo que algunos no se dan cuenta es de que no se trata de ser mejor o peor sevillista. Se trata de ser mejor o peor persona. Alguien que prejuzga los sentimientos (sevillistas en este caso) de otros por cuestiones como la cuna, el poderío económico o la tenencia de tiempo necesarios para ser socios o acudir al estadio, o simplemente por la mera opinión acerca de las cosas, tiene un serio déficit de bondad en su personalidad. Quien piense así es igual de sevillista que cualquier otro, pero no mejor persona, sino peor.
El sevillismo es un sentimiento. Sevillista se es, o no. No se es más o se es menos. Se puede ser sevillista de mil maneras, expresar ese amor por los colores de multitud de formas. Yo no quería más a mi mujer cuando nos hicimos novios, pero sí que nos comportábamos de otra forma. Al principio era más pasional, ahora es más sereno. ¿Y qué? No es eso lo que mide la intensidad del sentimiento.
No se es más sevillista por ser crítico o por dejar de serlo. Se es sevillista, y luego, se es mejor o peor persona. Porque el problema, como digo, es que hay malas personas. Y es cierto que siempre las ha habido Y siempre las habrá. Pero eso no es seña del sevillismo. Eso es seña de la sociedad. De una parte de la sociedad. No es que el sevillismo siempre haya sido así, es que siempre ha habido malas personas en el sevillismo. Porque el sevillismo es parte de la sociedad. Y en la sociedad hay de tó, como en botica.
Basta con que señalemos a esas personas y las apartemos, y seguro que al resto nos irá mejor, porque son minoría. Y no se trata de apartarlos por ser mejores o peores sevillistas, sino por ser malas personas. El sevillismo es otra cosa.
Yo quiero llevar a mi hijo al campo en cuanto tenga edad para ello. Y no me apetece nada que vea a gente echas unos energúmenos insultando y comportadose como animales. Más que nada porque yo quiero que sea buena persona, para que así pueda ser buen sevillista. Un buen sevillista, para mí, es una buena persona que es sevillista. Eso es lo que quiero que sea mi hijo. Por eso no quiero que se junte con energúmenos.
Ese energúmeno puede ser igual de sevillista que yo, pero no la quiero a mi lado. No quiero a mi lado a personas así. Y eso, insisto, no tiene nada que ver con el sevillismo.