La bitácora de Ravesen: La mayoría silenciosa

Escrito por Number 1 Sport. Creado en Los Blogs opinan

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Si algo he aprendido en estos últimos años de mis admirados Guardianes de la Memoria ha sido a comprender un poco mejor la forma de ser de un colectivo tan diverso como es el Sevillismo. Sé que los Guardianes hablan sobre todo de la historia de nuestro club, pero es gracias a ella como podemos saber de donde venimos, qué hemos vivido, que nos han dejado como legado nuestros antepasados y por qué somos como somos. También sé que el Sevillismo está compuesto por cientos de miles de personas, cada una de su padre y de su madre, cada una con su opinión y su modo de ver las cosas. Pero, por lo general, dentro de esa diversidad y aparte del sentimiento, tenemos algo en común. Algo que nos hace iguales. Algo que marca la forma de ser de un colectivo formado por tanta gente diferente.

La comparación más común que se hace (por mera cuestión de cercanía, de vecindad) es con el beticismo. El beticismo tiene otra forma de ser, otra manera de entender lo que ocurre alrededor de este deporte, que para muchos es lo mas importante dentro de las cosas que no tienen importancia. Por supuesto, generalizar es injusto. Hay sevillistas cuya manera de pensar se acerca más a la generalidad del beticismo, y béticos a los que les ocurre lo mismo, pero en sentido inverso. Pero, como colectivo, la cosa parece clara, y se demuestra en nimiedades como esa noticia que salió hace poco y que aseguraba que, mientras el Betis es uno de los equipos que más simpático cae, al Sevilla le ocurre justo lo contrario. La forma de ser de cada colectivo proyecta una imagen diferente, y el resultado es el que es.

A diferencia de esa simpatía bética, el sevillismo es arrogante, soberbio, casi engreído. Y a la vez exigente. Muy exigente. Tanto, que quien no nos conoce bien se pregunta qué nos hemos creído. Que si por ganar un par de títulos ya nos pensamos que somos más de lo que somos. No entienden que los sevillistas sabemos lo que somos y que quienes no lo saben son ellos, porque, por diferentes motivos, los resultados del equipo en las últimas décadas no se han correspondido con lo grandeza del club. Y esto lo sabemos gracias a los Guardianes. El eterno campeón de Andalucía, títulos en los años 30 y 40. Un equipo que se mueve en las alturas durante los 50 y hasta casi principios de los 60. Teniendo en cuenta la fecha de fundación, el Sevilla ha sido grande durante muchísimo más tiempo que pequeño. Lo que pasa es que ha sido pequeño en tiempos más recientes, es decir, los tiempos que mejor se recuerdan por ser los más cercanos. Hasta la primera década del siglo XXI, en la que recuperamos nuestro sitio. El Sevilla no es un equipo pequeño que se ha venido arriba. Es un equipo grande que ha vuelto a su condición. Eso el equipo, que el sevillismo nunca la perdió. Es lo que decía antes que nos hace iguales a tanta gente diferente. Es lo que marca nuestra forma de ser como colectivo. Y es lo que he aprendido gracias a los Guardianes de la Memoria. Yo, que, por la edad que tengo, nunca conocí épocas de grandeza, pero sí que me sentí parte de algo grande gracias a lo que me transmitieron mis mayores. Tenía el sentimiento, pero no lo comprendía. Ahora, sí.

Y esto que digo me permite, a su vez, comprender otra multitud de cosas. Si conoces la forma de ser de alguien, sabrás (o al menos intuirás) cómo va a reaccionar ante según qué estímulos. Con el sevillismo ocurre lo mismo. Ayer dijo el presidente que se aspira a alcanzar los 35.000 socios, lo cual sería un grandísimo éxito. Y se creó una especie de debate acerca de por qué el sevillismo ha reaccionado de una manera tan positiva después de dos temporadas nefastas y de vender este verano a su dos mayores estrellas. Visto el asunto desde fuera, no tiene ningún sentido. Hay quienes hablan del abaratamiento de los abonos (a pesar del asunto del carnet infantil). Hay quienes aseguran que es por la aparentemente magnífica planificación de esta temporada. Hay quienes no se lo explican. Incluso, hay quienes están jodidos (aunque nunca lo reconocerán) porque esperaban una hecatombe que diera la razón a sus apocalípticos discursos.

Nada más lejos de la realidad.

Mi amigo César Vizcaíno acuñó hace un tiempo una expresión que viene al pelo a este caso. La de «mayoría silenciosa». Se refiere al grueso del sevillismo. Ese que no tiene un altavoz desde el que proclamar sus soflamas, desde el que hacer ruido. Recordemos que no por hacer más ruido se es más grande, ni más numeroso (caso de un colectivo) y mucho menos se tiene más razón. Si juntamos a cien personas en un local, 99 permanecen calladas y uno habla, solo se escucha a ese uno, pero eso no quiere decir que lo que diga ese uno es lo que piensan los otros 99. Pues bien, el sevillismo es lo que es, lo que los sevillistas sabemos que es. El sevillismo es grande, es exigente y pide lo que tiene que pedir. El sevillismo, la mayoría silenciosa, desde sus pequeñas atalayas (a veces diminutas), elogia cuando tiene que elogiar y critica cuando tiene que criticar. Cada uno desde su punto de vista, unos verán mejor unas cosas y otros, otras. Pero, por lo general, se elogia cuando se tiene que elogiar y se critica cuando se tiene que criticar.

A veces, el punto de vista de la mayoría del sevillismo coincide con la soflama última del dueño del altavoz que mencionaba hace un momento. Y a veces, ese sujeto dueño se viene arriba considerando que el sevillismo está de su lado, llegándose a creer abanderado de cierta causa. Pues bien, ese sujeto no tiene ni puta idea de lo que es el sevillismo. Porque el sevillismo no es seguidista, no es borrego, es justo lo contrario. Puede que sus reclamaciones coincidan un día con sus obsesiones, pero mañana, cuando esas reclamaciones sean atendidas, la queja del sevillismo desaparecerá. ¿Ocurrirá lo mismo con la obsesión?

Hay sevillistas que se quejan por el asunto del carnet infantil. Otros no comprenden cómo hemos dejado ir a Campaña y Luis Alberto. Los hay que ficharían a otro portero, o a un medio centro «stopper», o a un delantero «tanque». Algunos no ven bien la renovación de Fazio, o hubieran largado a Reyes o a Fernando Navarro, hay gente pa tó. Existen sevillistas, incluso organizados, que se quejan de cierto oscurantismo en la gestión de la directiva. Hay quienes llegan a pedir la cabeza de Del Nido y compañía, a pesar de reconocer que este año se han hecho las cosas mejor. Consideran que en las últimas temporadas se hicieron tan mal que ya no tienen crédito, por mucho que, en principio, hayan salvado al barco del naufragio. Hay, en definitiva, multitud de opiniones, de puntos de vista, de maneras de ver las cosas. Si hay hasta gente que lo ve todo bien. Es lo que pasa, como decía al principio, cuando un colectivo lo componen cientos de miles de personas, cada una de su padre y de su madre.

Pero, como vengo insistiendo, hay algo que nos une. Podemos buscar la explicación al éxito de la campaña de abonados en muchos factores. Habrá quienes lo consideren como consecuencia de la disminución de precios, o de la campaña de marketing, o de la ilusión por alguno de los fichajes, o del hecho de que haya un avioncito con publicidad sobrevolando las playas del Poniente andaluz. Y todo eso tendrá su efecto, que no digo yo que no, pero pienso que la clave hay que encontrarla en otro sitio.

La clave está en la mayoría silenciosa. La que no tiene un altavoz y, por tanto, la que no hace ruido. La que no mira la cara de quien está sentado en el despacho, sino el escudo que preside la estancia. Bueno, la estancia y el estadio en su fachada principal. La que no sigue a nadie porque sí, sino que tiene su opinión, aunque dicha opinión pueda coincidir en un momento dado con la de algún salvapatrias determinado. La que siente el sevillismo sin condiciones, la que defiende a su equipo sin importarle si le gusta más o menos el diseño o el color de una camiseta (que el gusto lo tiene, pero no es un factor decisivo). La que sabe distinguir cuando un futbolista es apto o no para el Sevilla, entendiendo por apto a una mezcla conveniente de calidad y compromiso. No vale mucha calidad y cero compromiso. Y el contrario, tampoco. La mezcla, ahí está la virtud.

En definitiva, aparte de su opinión sobre ciertas cosas, aparte de si le cae mejor o peor el presidente, el directivo tal, el directivo cual o el consejo al completo, aparte de haberse sentido maltratado el año pasado por tener su localidad en cierto lugar del estadio, aparte de haber tenido que pagar más por el carnet de su hijo (o no renovarlo directamente)… aparte de lo que sea, de muchas o de pocas cosas, la mayoría silenciosa del sevillismo sabe que este año se están haciendo las cosas mejor. Sabe que el equipo tiene buena pinta. Tiene ilusión. Y eso no es debido a una especie de catarsis tipo «loquedigadonmanué», sino a un conocimiento, a una sabiduría. Igual que estos últimos años ha cargado contra todo por las malas planificaciones, este verano la cosa es diferente.

La mayoría silenciosa es sabia. La mayoría silenciosa es el sevillismo. Ese que se sabe grande, haga lo que haga el equipo. Ese que lleva más de cien años siéndolo. Ese que está por encima de cualquier presidente, directivo, entrenador, jugador o salvapatria de la vida. Ese que solo se abraza al sentimiento y que sabe cuando aplaudir y cuando silbar. Ese que no se vende ante nada ni ante nadie.

Ni borregos, ni oficialistas, ni delincuentes, ni mestallizados ni pelotas.  SEVILLISTAS.

Twitter: @Ravesen_