«Notas de fútbol»: La tragedia de Port Said

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LA TRAGEDIA DE PORT SAID: EL FÚTBOL COMO COMBUSTIBLE DEL CAOS. Por Bruno Sanxurso.

En Notas de Fútbol hemos querido esperar un par de días para tratar este tema. Desde que se produjo la Tragedia de Port Said se han sucedido un sinfín de informaciones confusas y contradictorias, algo ya inherente en este Siglo de la Sobreinformación. Ahora ya estamos en disposición de realizar un resumen y análisis de lo ocurrido con un mínimo de rigor:

En Port Said se enfrentaron el Al-Masry, equipo local, y el Al-Ahly, club cairota. Sin caer en meter a todo el mundo en el mismo saco, lo que está fuera de toda duda es que los ultras del Al-Masry pertenecen al sector de la población egipcia afín al exdictador Hosni Mubarak, mientras que los ultras del Al-Ahly participaron activamente en el derrocamiento del antiguo Gobierno. El Al-Ahly fue fundado en 1907 en El Cairo por aficionados egipcios. El dato de la nacionalidad de sus fundadores no es baladí, pues la mayoría de clubes nacieron bajo el auspicio de la burguesía colonial de origen inglés. Así pues, desde sus inicios, el Al-Ahly aglutinó entre sus aficionados a la población anti-colonial; no en vano su nombre significa El Nacional.

Cuando en 2011 estallaron las revueltas sociales en el mundo árabe, Egipto se convirtió en el centro de lo que los occidentales hemos venido a llamar La Primavera Árabe. La Plaza Tahir, núcleo de las protestas en El Cairo, se transformó en la Zona Cero de la revolución. Entre los miles y miles de egipcios que desafiaron al Gobierno Mubarak y, por consiguiente, a su brazo armado (ejército y policía), hubo varios grupos sociales que participaron activamente en la organización de las protestas, entre los que destacaron, precisamente, los ultras del Al-Ahly. De hecho, en Tahir hicieron acto de presencia algunos jugadores del equipo, con su capitán a la cabeza.

Durante las protestas, la Egyptian Premier League cesó en sus actividades a pesar del esfuerzo del Gobierno Mubarak, empeñado en aparentar normalidad a través del equipo oficialista, el Zamalek, que jugó varios amistosos a lo largo del país. Una vez derrocado Mubarak, los egipcios andan metidos en una nueva lucha, aún más compleja: lograr que la revolución vaya más allá de un cambio de cara en el Gobierno. Tras un tiempo de aparente y falsa tranquilidad, la población ha vuelto a la calle para luchar contra el nuevo Gobierno, plagado de militares y políticos afines al antiguo régimen.

En esta situación se llegó al partido entre el Al-Masry y el Al-Ahly. El encuentro terminó 3-1 a favor de los locales y justo tras el pitido final se desató el caos. En pocos segundos el terreno de juego se vio inundado de cientos de aficionados mientras los jugadores del Al-Ahly huían a los vestuarios. Sabiamente, corrieron en dirección a la policía en busca de amparo. No lo encontraron: la policía se mostró impasible. En pocos minutos el caos era tal que resultaba imposible saber qué estaba pasando. La misma policía acabó viéndose obligada a centrarse en su propia supervivencia.

Una vez rematada la vorágine de violencia quedan muchas dudas y algunas certezas. La primera cuestión es si el error primigenio fue la celebración del partido tal y como están las cosas en el país; la segunda es una derivada de la anterior: una vez decidido que debe seguir jugándose la Liga, ¿no sería conveniente evitar que haya desplazamientos de aficionados? Sobre todo en casos como el del partido que nos ocupa, pues era de sobra sabido que ambas aficiones representan a los dos sectores enfrentados en el conflicto político-social.

Una de las certezas es que la seguridad no estaba ni mucho menos garantizada. Los radicales de ambos equipos pudieron entrar en el estadio con bengalas y todo tipo de armas: palos, cuchillos, barras de hierro… Una de las dudas es cómo empezó todo. Los locales dicen que el primero en saltar armado al campo fue uno de los aficionados visitantes, mientras que los del Al-Ahly niegan la mayor y afirman que sólo es una excusa puesta por los ultras del Al-Masry.

Sea como fuere, tras ello nos encontramos con otra de las evidencias: la policía se lavó las manos y ni siquiera ayudó a escapar a los miembros del equipo visitante. La mayoría llegó más o menos sano a los vestuarios, pero algunos, como el portero, sufrieron un sinfín de agresiones hasta poder ponerse a salvo. La peor parte se la llevaron sus aficionados: situados en uno de los fondos del estadio, se vieron rodeados por todos lados: los ultras locales los encerraron a izquierda y derecha por las gradas al mismo tiempo que cerraban la huida hacia el césped. La consecuencia fue la barbarie más absoluta: avalanchas, aplastamientos, incendios, linchamientos, caídas desde las alturas (empujados unos, en busca de la única salida otros)…

El resultado ha sido más de setenta muertos y cientos de heridos (lo que, es de esperar, aumentará la cifra de óbitos). Entre las personas que perdieron la vida también hay policías pues, como ya dijimos, llegó un momento en que se convirtieron en otro objetivo de la masa enfervorecida y acabaron luchando por su propia vida.

La Tragedia de Port Said ha empeorado el conflicto social en el país y habrá que ver qué consecuencias puede conllevar en el futuro. En los últimos días miles de egipcios han vuelto a inundar las calles para protestar por la violencia desatada en Port Said y la policía está en el centro de las críticas. Lejos de su inoperancia en Port Said, han respondido a las concentraciones de protesta y ya ha habido más muertos en las calles.

En el plano meramente futbolísitico, la Federación ha parado la competición. La dirección del Al-Ahly ha tomado dos decisiones: una es que ninguno de sus equipos viajará a Port Said para competir durante los próximos cinco años y la otra es que, hasta que no se aclare lo ocurrido y se tomen medidas, no permitirán a sus diferentes secciones participar en cualquier competición; esto supone un gran detrimento para el deporte del país pues el Al-Ahly es la cantera principal de los deportes más importantes de Egipto.

Una de las grandes cuestiones que uno se plantea es qué papel ha jugado el fútbol en la tragedia. Resulta inevitable que lo primero que se le venga a uno a la cabeza sean otras desgracias pasadas:Lima, Moscú, Heysel, Hillsborough…

La reflexión posterior es muy compleja. El fútbol es el Deporte Rey en muchos países. Como bien sabemos en España, la politización es inevitable: algunos clubes y muchas aficiones abanderan posiciones ideológico-políticas. Dicha situación provoca conflictos entre los seguidores de los clubes que van mucho más allá de la confrontación deportiva. Ver las enfervorecidas caras con las que en este país unos cantan ¡Viva España! y otros ¡Puta España! puede y debería asustar a cualquiera. Si a esta capacidad que tiene el fútbol para despertar las más bajas pasiones unimos el hecho de que alrededor de un partido se reúnen grandes masas de personas ya tenemos el combustible. La masa radicaliza al individuo: lo que jamás haría en su vida cotidiana es capaz de hacerlo desde el anonimato del caos. Porque el mayor problema no es la minoría radical permanente, sino la mayoría que se radicaliza circunstancialmente.

¿Hubiera ocurrido lo mismo si el Deporte Rey en Egipto fuera el rugby, o el cricket, o el hockey hierba…? Me inclino a pensar que sí, pero me temo que me estaría equivocando. El fútbol tiene una magia especial. Es capaz de hacer feliz a la gente como pocas cosas en esta vida. Véase si no las semanas que están viviendo en Miranda del Ebro. Los Jabatos del Mirandés nunca olvidarán lo vivido en Anduva esta temporada. El problema está cuando esa magia cae en malas manos y se vuelve negativa: la misma energía que puede hacer levitar de alegría a todo un estadio puede convertirse en un torrente de crueldad e inmoralidad capaz de producir catástrofes de la inclasificable magnitud de laTragedia de Port Said.