Hubo una época en la que jugar un partido un domingo a las doce de la mañana era algo completamente inverosímil. Al menos en Primera División. Eso era así hasta hace no tanto y como caso curioso, había un equipo que se caracterizaba por eso, por jugar sus partidos en casa a esa hora. Era el Rayo Vallecano, aunque sus pasos por la élite solían ser bastante efímeros.
El Rayo solía ser el tercer equipo de Madrid, al menos antes de la irrupción del Getafe, y se decidía por ese horario para no coincidir con Real Madrid y Atlético. Era una curiosa forma de diferenciarse de ellos y se trataba de algo que le hacía de alguna manera especial. Hoy día, eso ya no se da porque quienes ponen los horarios en la liga se han apropiado de esa técnica para aplicarla a lo bestia con todos los equipos. En el fondo es lo mismo. Con tal de que Madrid y Barça jueguen en horario de máxima audiencia y que no haya ningún otro partido que pueda distraer a nadie, montan la escabechina que haga falta, se lo llevan todo por delante y quien se moleste, pues que se aguante. En la actualidad, en todas las jornadas se juega un partido el domingo a las doce. Y a las cuatro, y a las seis, y el lunes a las nueve y media. Nunca coinciden dos partidos en el mismo horario, aunque, eso sí, los grandes casi siempre juegan en la franja de máxima audiencia. Esto es algo que sufren todos los clubes, pero lo que está pasando con el Sevilla pasa de castaño oscuro. En las ocho jornadas que se llevan, el Sevilla ha jugado en viernes, sábado, domingo por la mañana y lunes. Nunca en domingo por la tarde y esta semana nos toca de nuevo el horario clásico del Rayo Vallecano. El propio Michel reconocía ayer que jugar en un horario tan peculiar supone cambiar muchas cosas: sistemas de entrenamientos, horarios, alimentación, etc. Y que el futbolista moderno se debe acostumbrar a eso. Y lo cierto es que lo entiendo perfectamente.