«Algarivo»: VIOLENCIA Y VIOLENTOS

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VIOLENCIA Y VIOLENTOS. Por José Manuel Ariza.

Saludos.
Decía Gandhi que “la violencia es el miedo a los ideales de los demás”. También que “lo que se obtiene con violencia, solamente se puede mantener con violencia”.

Hay, pueden comprobarlo metiendo en el buscador la palabra “violencia”, muchísimas frases de ilustres personajes para definir el acto humano, exclusivamente humano, de ejercer la violencia. Y tiene que ser necesariamente humano porque las demás especies carecen del concepto intelectual indispensable y sine qua non es posible hablar de ella.

La Violencia, que solo en circunstancias especiales, únicas, estrictas y muy limitadas puede ser justificable, tiene, como habrán podido leer en la Wikipedia (que a veces presta buenos servicios aunque otras, desgraciadamente, yerre), diversas y diferentes formas de ejercitarse.

Somos, desde otro punto de vista, hijos de nuestro tiempo. Y nuestro tiempo abarca desde los albores de la aparición de la especie sobre La Tierra (milenio arriba, milenio abajo) hasta ahora mismo, hasta el momento en que lees éstas líneas. Por ello, las sociedades violentas producen ciudadanos violentos (como siempre fue y siempre será) porque es parte intrínseca e insoslayable de nuestra condición. El modelo “no violento” de sociedad está por construir.

Estamos, por tanto, inmersos en un caldo de cultivo perfecto para que mostremos nuestras carencias, deseos, frustraciones o impotencias a través de comportamientos iracundos y agresivos, de búsquedas de soluciones imperfectas, inacabadas, erróneas… pero sencillas y fáciles, sin demasiadas complicaciones especulativas y al alcance de cualquier mentalidad.

Asimov (bioquímico y escritor estadounidense), decía que “la violencia es el último recurso del incompetente”.

Violencia física o psíquica solo se diferencian en sus formas externas.

A veces hablamos de “violencia gratuita” queriendo significar que se ejerce sin perspectivas de obtener ningún beneficio aparente (lo hacemos como observadores en tanto que desconocemos las motivaciones que impulsan al violento). En cualquier caso y en su nivel profundo, la frase es una trampa porque lo opuesto sería “violencia cara”, es decir ¿sería socialmente aceptada si el acto conllevara una retribución visible? ¿Lo ocurrido en Irak, por ejemplo, estaría justificado por el control del petróleo que mueve nuestros coches o nuestras industrias?

El debate no estaba en Rota y sigue sin estarlo porque lo sucedido en la localidad gaditana es, a lo sumo, una anécdota, un escalón más del dislate social que padecemos (y todos somos actores y cómplices, por acción u omisión), de la exacerbación de los sentimientos, de la perpetua urgencia para disfrazar realidades desagradables amparándonos en satisfacciones momentáneas a falta de otras metas de mayor enjundia, de logros mayores. Es trasladar a un momento y sitio determinados el fracaso social o personal. Solos o en grupos.

No deberíamos, siendo así, exigir más de lo que cada cual pueda dar. No debemos y sin embargo lo hacemos porque ¿son más culpables los aficionados al fútbol que, por ejemplo, se enzarzan en una pelea durante un partido, sin causa aparente o juzgada como banal (siempre como observadores) que quienes mantienen durante años discursos agresivos, provocadores, belicosos y violentos aunque lo presenten revestidos de formas aparentemente “civilizadas”, hablando o escribiendo muy bien, muy cultas?

¿Qué diferencias encontraremos entres los púlpitos, las tribunas, las editoriales, los micrófonos, los blogs o las pantallas y el acto vandálico, físico, en un estadio?

¿Quién legitima las actuaciones de unos y otros? ¿En qué nos basamos para erigirnos en jueces de los demás? ¿Quién los condena? ¿Quién o qué nos reviste de la autoridad necesaria? ¿Qué modelo somos y de qué para pensar que nuestra crítica es buena o acertada y la de los otros no?

¿Señalar, condenar y castigar a los violentos? Por supuesto. Sin dudas pero… ¿eso nos garantiza que en una sociedad que perfecciona cada día sus métodos de creación de individuos agresivos (es inherente al sistema mismo), no volverán a ejercer como tales o no vendrán otros a sustituirlos?

Triste ilusión.

Si hemos de hacer algo coherente, comencemos por arriba y dejemos de provocar sentimientos reaccionarios, de alentar deseos que nunca podremos satisfacer, de aceptar las reglas (las internas, las éticas, especialmente) sobre todo cuando no nos favorecen. De respetar.

No valen los discursos de quienes durante años se han amparado en posiciones protegidas para ejercer sus magisterios, de quienes los han alentado, de quienes mantienen ésos alegatos en cualquiera sea el panorama desde el que dominan el escenario para, sorprendentemente (o no tanto), perpetuarse en su egocentrismo (ahora arriba, ahora abajo), en su necedad, en el infantilismo de pensar que siempre tenemos razón, en los que se erigen en pequeños y perfectos prototipos de… ¿qué?

«Hay pícaros suficientemente pícaros para portarse como personas honradas». Napoleón Bonaparte. Cuidaros y sálvese quien pueda.