«Diarios de Fútbol». España: buscando lo impensable.

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ESPAÑA: BUSCANDO LO IMPENSABLE. Por Ramón Flores.

Resulta un tanto redundante o gratuito lanzarse a día de hoy con un previo de la Selección, cuando dos que cada tres artículos que se han escrito en este país en las últimas semanas cumplen más o menos esa función. Todo el mundo conoce hasta la talla de calzoncillos de los futbolistas, la marca de gomina que usan y si el rojo de sus botas es más granate o burdeos; no hablemos de posición en el campo, si debieron convocarlos o no o si al final ganarán o nos hundirán en una miseria más llevadera de lo habitual. Así, lo que haremos para no defraudar a los compañeros de DDF que asignaron las tareas eurocoperas será lanzar una mirada, un poco caprichosa y un mucho aleatoria, sobre algunas cuestiones que han venido rodeando al equipo nacional en los últimos tiempos. Y si queda algo decente, pues mejor.

La suerte. Siempre que uno escribe de España, le tienta comenzar hablando del Prater y de Sudáfrica. Nos gustan los buenos recuerdos, las lágrimas de felicidad y el gol de Iniesta. Pensamos en qué bien jugamos, cómo dejamos atrás los lastres del pasado, reunimos un puñado de bajitos maravillosos y vencimos partido tras partido, sin piedad pero con clase, hasta forzar por dos veces a Casillas a levantar metal poseído por el éxito. No nos afectó la maldición de cuartos, estos jugadores sentían la camiseta aunque fueran de Barcelona o los Altos Hornos, y la Furia que tan perniciosa resultó para el equipo nacional había quedado atrás, como concepto y como justificación.

Hay una parte de verdad en todo esto, pero también otra de optimismo desaforado. Cuando alguien preguntaba, en aquel triste 2006 de la gran sentada, por qué España se estrellaba campeonato tras campeonato, se invocaban todas las razones anteriores –y algunas más- para justificarlo, pero al menos una se despreciaba sistemáticamente: la suerte. No puede ser que tantas veces nos pase, no es normal, no es nada probable. Y la realidad es que no es tan improbable, y puede ocurrir. La muestra es muy pequeña. Reunidos todos los partidos que ha jugado España en todos los Mundiales desde el 82 –donde llega la memoria de muchos de nosotros- apenas hacen un campeonato de Liga. Y en las ligas pasan cosas muy extrañas. El tiempo y la importancia nos confunden.

¿Dónde estaríamos si Cesc u otro no falla el penalty? ¿Y si el árbitro se equivoca y no anula el gol de Alemania, a falta de dos minutos, en Viena? ¿Y si cae el fuera de juego de Villa ante Portugal, marca Paraguay el penalty, echan a Ramos en semifinales o Robben no tira al muñeco? Ninguno de estos eventos es todo fortuna, pero sí que aparece en sobredosis en todos ellos. La suerte hay que buscarla, y España la tuvo en su mejor momento, cuando la respaldaba un equipo mayúsculo. Pero no la despreciemos, porque siempre es necesaria. Siempre.

El gran ausente. Lleva como un año sumido en un triste proceso de arrinconamiento, en una situación muy diferente a la de 2010, después de su fenomenal Mundial y su fichaje por el Barça. Empujado contra la banda por la omnipresencia tiránica y necesaria de Messi, ya se hablaba de la suplencia de David Villa semanas antes de que un momento maldito le partiese la tibia en Yokohama. No ha llegado a la Eurocopa, y son muchas las voces que minusvaloran la importancia de su baja, a la vez que hablan de un posible declive inmediato. La realidad es que la selección cambió sus conceptos de juego y dejó atrás lastres milenarios, pero el tipo que una y otra vez echó la puerta abajo fue el Guaje. En acciones individuales o colectivas, contragolpes veloces o exquisiteces técnicas, llamó sucesivamente a la puerta de Rusia, Suecia, Honduras, Chile, Portugal y Paraguay para dejar a la Roja en territorios que hace sólo un lustro resultaban inalcanzables. La realidad es que a España le falta su mejor ariete, y resulta justo dedicarle unas pocas líneas al más ninguneado de los bicampeones. Claro que se le echará de menos. Cómo no.

La línea continua. Posee Vicente del Bosque un status peculiar entre el público. Si bien nadie le niega la bonhomía, la calma, el porte quijotesco y una manera muy castellana de reinterpretar el fair play, sus capacidades como entrenador prosiguen dando lugar a innumerables debates. Sus defensores, entre los que se cuentan una mayoría de periodistas, ponen los títulos por delante para empezar a hablar: Ligas, Champions y Mundial, y luego ya empezamos a discutir de 3-4-3 y 5-3-2. Los que no lo pueden ni ver hablan de un preparador singularmente afortunado, que ha entrenado casi siempre ha equipos potentes y cuya mayor virtud ha sido poner a los mejores y no hacer demasiado por ruido. Por supuesto, hay una tercera vía: aquellos que creemos que sí, que son buenos futbolistas, pero montar un equipo campeón no tiene nada que ver con las puntuaciones del FIFA; y también que quizá, cuando hay grandes jugadores, la perfección táctica no influye tanto como la motivación y la atención al detalle. Al menos, para acabar triunfando, no quizá para desarrollar un partido impecable atendiendo a la ortodoxia del -por otro lado magnífico- Zonal Marking y sus epígonos.

Viene esto a colación de la convocatoria de Del Bosque, y de una de las características que más le describen como entrenador: el conservadurismo. Don Pantuflo tiene una idea, la analiza, la aplica, y a menos que la realidad le contradiga hasta extremo impensable, persevera en ella hasta el final. Lo hizo con Flavio Conceiçao en el Madrid de 2003, lo hizo con McManaman en los grandes partidos del equipo blanco, mantuvo a un Torres de palo hasta semifinales del Mundial, ha aguantado millones de críticas con el doble pivote, y ahora ha preferido llamar a su gente para jugársela que a futbolistas “nuevos” que durante la temporada habían acumulado más méritos que los presentes. Desde este prisma, y no otro, hay que entender a los 23 tipos que van a portar la estrella en Polonia-Ucrania, y la dupla Xabi-Busquets, que horroriza por doquier. No sabemos si las decisiones serán correctas o no, pero sí es comprensible que Del Bosque persista en su planteamiento, visto adonde ha llegado con él en estos años. Si funciona, mejor no quebrar la línea.

Pegarse y respetarse. Un runrún de inquietud acecha a la selección estos días, y alude a las rencillas entre futbolistas. Los teóricos de la mala sangre relatan demasiados enfrentamientos entre la tribu central y la catalana, demasiada mala palabra y demasiadas cuentas pendientes, que según los agoreros podrían afectar a una selección que parece que hay que presentar obligatoriamente como el meollo del buen rollo (Serrat dixit). Hasta citan a Vicente, “si no se llevan bien, que se lleven” como profeta del cataclismo.

La realidad es que pocos han sido los grandes equipos donde dos de sus mejores jugadores no se hubieran partido la cara con gusto en un momento dado. El único saludo que le enviaba Míchel a Hugo Sánchez tenía forma esférica y llegaba siempre, en oblicuo, desde la banda derecha; corre un rumor infundado por Paterna de que Djukic y Cañizares se dieron una vez los buenos días; y Robben todavía está en tratamiento por el bofetón que le regaló Ribéry. Esto es fútbol, señores, no bridge entre solteronas de Oxfordshire. Si Piqué y Ramos tienen que darse de navajazos según pite el árbitro, aquí hay uno que si hace falta afila la albaceteña. Pero en el campo, rendirán como los campeones que son. La duda ofende.

No hay dos sin tres. O eso nos gustaría, claro. Es tan espectacular la dimensión ganadora que ha alcanzado esta Roja en breve lapso, que en cuatro años España ha pasado de ser la Colombia de Europa a enfrentarse a un desafío tan extraño como fascinante: el triplete Eurocopa-Mundial-Eurocopa. Lo hubiera conseguido Alemania en el 76 de no ser por un tal Panenka, y se quedó demasiado lejos la Francia de los hombres de Harrelson en 2002, casi humillada por Senegal y Dinamarca. Fueron equipos maravillosos, legendarios, únicos. Esta Roja está con ellos, y al alcance un premio realmente muy serio: coronarse los mejores según un criterio objetivo lógico. Que así sea.

Alineación probable: Casillas; Alba, Piqué, Ramos, Arbeloa; Busquets, Xabi, Xavi, Iniesta, Silva; Torres.

Pronóstico DDF: Nos gustaría decir campeón, pero quizá resultase demasiado aventurado. Todo lo que no sean semifinales sería una sorpresa, aunque ojo a un cruce con Inglaterra (no hablemos de Francia) en cuartos. A partir de ahí, quién sabe, aunque si algo han demostrado estos jugadores es que compiten como nadie a ese nivel. Así que sí, nos arriesgamos: por lo menos, finalistas.