«Diarios de fútbol»: Sobre la tragedia en Egipto

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SOBRE LA TRAGEDIA EN EGIPTO. Por Dadan Narval.

“Siempre hemos estado con vosotros cuando nos habéis necesitado. Ahora que os necesitábamos nosotros, no os hemos encontrado”. Con esta pancarta los hinchas deAl Ahly egipcio recibieron a sus jugadores tras el primer partido de fútbol que su equipo jugó tras el derrocamiento de Hosni Mubarak. La frase revelaba una herida abierta entre la afición más fiel y el equipo más importante no solo de Egipto, sino probablemente de toda África. ¿Qué había sucedido? Que mientras los hinchas del Al Ahly se manifestaron como tales desde el comienzo de las revueltas de la Plaza Tahrir de El Cairo y lucharon con sus camisetas rojas por el derrocamiento del dictador (“afrontando las balas de goma, los potentísimos gases lacrimógenos e incluso el fuego real con la tranquilidad de quienes llevan años haciéndolo” explica Enric González en El País), los jugadores del equipo no aparecieron públicamente durante las dos semanas en las que una mezcla indescriptible de incertidumbre y esperanza que emanaba desde esa plaza se hizo con el país y, me atrevo a afirmar, con todo el mundo.

Hay que tener en cuenta que la herida tenía su sentido. El Al Ahly es conocido como “equipo del pueblo”. La gran mayoría de la población (fundamentalmente las clases más desfavorecidas) se sienten representadas en su camiseta roja y la significación del club y su carga simbólica explotan, precisamente, esa unión con el pueblo. ¿Cómo era entonces, que ahora que el pueblo les necesitaba, los jugadores desaparecieran?

Se podrá argumentar que los actores del fútbol no deben tomar partido en asuntos políticos. Pero el argumento falla en la medida en que lo acontecido el pasado año en Egipto empapó a absolutamente todos los estamentos sociales. Incluido, por supuesto, el fútbol. Sí se manifestó, así, pero en sentido contrario, el entonces seleccionador nacional egipcio Hassan Shehata, quien apareció en primera fila de las movilizaciones pro-Mubarak que intentaban demostrar lo indemostrable: que el pueblo estaba con el dictador. Tras la caída del opresor, ese explícito apoyo, junto a los malos resultados recientes de “Los Faraones” le costó el puesto. Tras su cese, su destino no podía ser otro: el Zamalek le acogió como el héroe que para el equipo de los ricos de El Cairo siempre ha sido.

Desde el derrocamiento de Mubarak la tensión en el fútbol egipcio se ha disparado. Siempre ha existido la tensión entre Zamalek-Al Ahly, que se podía traducir perfectamente en una dicotomía dirigentes-oprimidos, y así se extendía a otros campos en una traducción de la brecha que separaba a todo el país: los (pocos, aún poderosos) que apoyaban la salvaje dictadura y los (muchos, aún por diversas razones) que ayudaron a terminar con la misma.

La tragedia de ayer, por lo que nos informan, no fue sino precisamente una consecuencia de la actual fractura social que vive Egipto, llevada a un estadio de fútbol (donde esa tensión siempre ha estado latente). Todo parece indicar que los hinchas del Al-Masry, equipo tradicionalmente cercano al régimen de Mubarak, organizaron una encerrona contra los jugadores y seguidores del Al-Ahly, en una manera particular de vengarse contra los acontecimientos que hace un año terminaron con el dictador al que ellos sí apoyaban. El resultado es la tragedia humana que conmueve hoy al mundo entero y ante la que poco podemos decir.

Sí afirmaremos, no obstante, que realizar una lectura del hecho en clave profiláctica, afirmando la necesidad de separar fútbol y política, es caer en un error recurrente. El fútbol (en particular el estadio del Al Ahly) fue durante los últimos años de la dictadura uno de los pocos espacios en los que la población egipcia podría expresarse con relativa libertad. Es precisamente la represión de la libertad la que provoca estos actos, y no el hecho de que unos hinchas u otros demuestren una determinada identidad (también política) en sus cánticos, pancartas y lemas.

Así quienes hoy aprovechando la sensibilidad ante las imágenes que las televisiones nos ofrecen afirman que no es bueno mezclar fútbol y política, les queremos responder solamente que lo que no es bueno son las dictaduras y los posos de odio, miedo y violencia que dejan tras de sí.