El presidente del Sevilla FC en su discurso a Ignacio Achucarro alabó su compromiso, agallas, sacrificio, trabajo y profesionalidad, y también le hizo partícipe del título primer título europeo conseguido hace 6 años.
“Era 1958, el Sevilla comenzaba a caerse, sobre todo después del adiós prematuro de Don Ramón. Y entonces llegó Ignacio, un corajudo paraguayo, para sostener el orgullo del Sevillismo durante diez impresionantes temporadas. Su historia es la de un héroe sin miedos, la de un hombre noble y fiero que llegó sin hacer ruido pero pronto reclamó un lugar en la gloria. Con esa personalidad que abrumaba marcó su espacio y ahí nadie jamás osó discutirle. Se tatuó nuestro escudo en el pecho y lo defendió con un pundonor que en estos días algunas veces echamos de menos. Fue una década de sentimiento y orgullo y hoy, más de medio siglo después, el Sevilla FC quiere cumplir con la historia y reconocer a una figura legendaria. Dijo hola a Europa en el Mundial del 1958. Al mismo tiempo que O Rei Pelé se descubría al mundo, una inolvidable generación de paraguayos llamaba la atención de medio continente por ese decoro y raza con el que se empleaban. Ignacio Achucarro tenía sólo 22 años cuando cruzó el Atlántico junto al tesorero del Olimpia de Asunción, Jamil Bittart para jugar en España. Helenio Herrera lo había reclamado para su Barcelona, quería bravura para proteger al genio de Luisito Suárez… Su destino era la ciudad Condal, pero en el hotel de Madrid donde se alojaba cambió todo gracias a la intervención del célebre representante Arturo Bogossian. Achucarro tomó rumbo a la Giralda para construir una historia de grandeza similar a la de nuestro monumento más universal». «Cuando llegó a Sevilla era un padre primerizo de apenas 22 años y 73 kilos de peso, 73 kilos de garra que ya había dejado un excepcional sello tras de sí. El crack del Olimpia deja una estela excepcional… Entre sus muchos aspectos merece destacar su vergüenza deportiva. Cuando Ignacio Achucarro entró al campo fue siempre para luchar sin desmayos ni claudicaciones hasta el último minuto. Al Olimpia brindó siempre, invariablemente, lo mejor de su esfuerzo y de su indiscutible calidad”, así lo definía entonces La Tribuna de Asunción. Y qué verdad la de aquel periódico. Ése era Achucarro, comedido en palabras, guaraní parlante, extranjero pese a su sangre española, pero comprometido con su presente y sorprendido por las bondades de Sevilla, que tan bien le supo desde sus comienzos. Corría el mes de noviembre de 1958 cuando se estableció en la calle de San Vicente y dio rienda suelta a su leyenda. Su debut fue ante el Athletic, un 23 de noviembre. Jugó ese partido y de ahí hasta el final de campaña no se perdió ni un solo encuentro. La camiseta del Sevilla, blanca como la del Olimpia, le sentó de maravilla y no permitió, bajo ningún concepto, que nadie se atreviera a mancharla». «Ese primer año se encontró con él y juntos iniciaron una de las asociaciones más extraordinarias que ha dado nuestro fútbol nacional. Eran ellos dos y nueve compañeros más y jamás hubo ni habrá una pareja de pivotes de tamaña entidad en nuestro equipo. Por eso Ignacio no tardó en ganarse el respeto del Sevillismo. Era un líder bravo y no necesitaba el brazalete de capitán para abanderar a los suyos, incluso pagando multas si era necesario. 500 pesetas de aquellos años, por ejemplo, tuvo que abonar en noviembre del 61 por formularle sus particulares observaciones al árbitro en un choque ante el Valencia, en una época en la que sólo los capitanes se podían dirigir a los colegiados. Tal era su implicación que ni siquiera el cantado alumbramiento de su hijo Ignacio, sevillano de nacimiento, le impedía correr y ganar un lejano 24 de enero de 1960 en el Carlos Partiere de Oviedo, pese a que el propio Luís Miró, entrenador de la época, le diera permiso para ausentarse. Para él, primero era el fútbol y el equipo, y luego su vida personal… ¡Qué profesionalidad y qué sacrificio! Así era él, un líder con capa, al que sólo una grave lesión impidió que Helenio Herrera, otra vez el maestro, se lo llevara a Chile para jugar el Mundial del 62 con España. Ese mismo año se quedó con la miel en los labios, perdiendo la final de Copa ante el Madrid en el Bernabéu. Sin títulos, pero cada año con más partidos, fue franjeando la trayectoria de un mito inabordable. Antes de él no había habido un extranjero que destacara de esa forma. De alguna manera Ignacio Achucarro abrió la puerta a muchos otros que vinieron después». «Madrid, Barcelona y Atlético de Madrid llamaron a la puerta para hacerse con sus servicios. Pero, con la marcha de Ruiz Sosa, Achucarro se convirtió en la bandera del centro del campo y ninguno de los presidentes que tuvo aceptó negociar por él, dada la impopularidad que habría supuesto esa decisión. Ignacio, marcial en el campo y fuera de él, acató la voluntad de los dirigentes, no protestó, no forzó su adiós, nada de eso. Él, hombre bravo, actuaba y miraba de frente, como nos mira ahora a todos los que estamos aquí, 54 años después de su marcha. Jamás le dio la espalda a su Sevilla, jamás. Si por algo destaca la irrupción futbolística de Achucarro en Sevilla es por la capacidad de recibir homenajes y reconocimientos mientras estuvo en activo, algo poco habitual en la época. En noviembre de 1965 le fue impuesto el escudo de Oro y Brillantes del Sevilla FC, numerosas peñas le rindieron tributo e incluso la Federación Andaluza de Fútbol, pese a su condición de extranjero, le distinguió con la Medalla al Mérito Futbolístico en julio de 1967 en una época en la que eso no era corriente». «Pero llegaron los malos tiempos. El Sevilla año a año bajaba un escalón y acabó viendo el precipicio en junio del 67. El equipo se jugaba la permanencia en Gijón ante el Sporting. En Asturias esperaba un infierno pero los fuegos los apagó la incandescencia de su figura. Achucarro hizo uno de esos partidos que marcan una época y forjan un mito. Cortó todo lo cortable y cayó lesionado. Concretamente, como con tanta maestría narró Blázquez, y hoy ha relatado Barbeito, se le salió la rótula. Juanito Arza, que era su entrenador, le dijo que saliera del campo, que no siguiese jugando, pero Ignacio era testarudo y no se movió hasta el último minuto, hasta poder certificar que su Sevilla, y digo bien, su Sevilla, se quedaba en Primera División. Entonces fue cuando gritó aquello del Sevilla abajo, nunca, nunca, nunca. Sin embargo, el equipo descendió a la siguiente temporada y Achucarro, que había terminado contrato, decidió marchar. Le llegaron buenas ofertas de la Liga española. El Elche, el Córdoba, el Espanyol… podía seguir jugando en Europa y ganando el buen dinero que aquí se pagaba, pero entonces el Presidente, Manuel Zafra Poyatos, le dijo alto y claro, que el Sevilla no le iba a permitir que visitera otra camiseta distinta en España. El mensaje fue cristalino: si lo haces, te quedas sin partido homenaje. Y Achucarro no dudó, rechazó todas las ofertas, porque el quería su homenaje, necesitaba un último baile con la afición que enamoró con sus castas y viriles maneras, esa por la que se destrozó su rodilla y entregó su alma». «Hoy se le rinde un homenaje, pero por aquel entonces también vivió una merecida tarde de emociones. Fue un partido de excepción. El Guaraní, el club que le había fichado, se prestó a jugar ante el Sevilla en un Sánchez Pizjuán repleto. Fue un inolvidable 30 de agosto de 1968, cuando el fútbol era otro y los jugadores de clubes no estaban en peligro de extinción. Y se marchó, con 281 partidos a sus espaldas y el preciado título honorífico de ser el extranjero con más encuentros oficiales disputados con la camiseta del Sevilla FC, estableciendo un récord que no se consiguió rebasar hasta de medio siglo después, primero por Renato y luego por Kanouté. Ese era su título, sí, y ahora ya no tiene ninguno». «Es una injusticia que una leyenda de tu calibre, Ignacio, no consiguiera ser campeón con este Sevilla por el que tanto batallaste. Pero el estar hoy aquí, justamente el 10 de mayo, no es casual. Hoy, Ignacio, hace seis años que conquistamos nuestro primer título Europeo, nuestra primera Copa de la UEFA, el primer título tras 58 años de lacerante sequía. Y hoy, Ignacio, justo seis años después de lograr nuestra mayor hazaña, homenajeamos al mejor 6 de nuestra historia, a nuestro cuarto Dorsal de Leyenda. Te homenajeamos y te hacemos partícipe de ese título que tengo aquí a mi izquierda. Esa UEFA es tan tuya como de los profesionales que la conquistaron. Tú marcaste el camino Ignacio. El camino de este Sevilla campeón que hemos vivido los últimos años. El camino del sacrificio, del trabajo, del orgullo, de la profesionalidad, de las agallas y del buen hacer. “Soy un jugador de corazón”. Así te definiste, Ignacio, a los periodistas sevillanos cuando llegaste a nuestra ciudad. Tú nos diste tu corazón, jugaste con él para nosotros. Hoy te abrimos el nuestro. Once Achucarros, eso es lo que queremos y querremos siempre en nuestro equipo, once Achucarros con el 6 a la espalda, de los auténticos, de color zafiro, diamante y rubí, justo como reza el himno nacional del Paraguay. Gracias. Ignacio. Gracias Achucharos”. Twitter: @NachoMateos