En el mundo del futbol todos los aficionados llevamos dentro un alma de entrenador o secretario técnico.
En mi agenda ficticia el nombre de Andrés Palop quedó escrito una tarde nublada de la primavera sevillana del año mil novecientos noventa y ocho, cuando defendiendo la portería del Villareal, nos despojó de las escasas ilusiones de ascender a primera parando un penalti en el último minuto. Quince años más tarde despedimos a aquel joven que se hizo grande en el Sánchez Pizjuán, devolviéndonos con creces lo poco que nos arrebató en aquella jornada. El sábado se despide el hijo agradecido que ve el futbol como un regalo de Dios, después de vivir una infancia donde conoció muy pronto la dureza del trabajo en el campo ayudando a su padre, sufriendo las inclemencias del tiempo, el frío del invierno con los campos helados llenos de escarcha y el calor asfixiante del verano valenciano. A pesar de todo, comenta que no cambia ni olvida esta etapa de su existencia porque le enseñó los valores esenciales de la vida. Además, en los momentos difíciles, le ha valido para sacar la fuerza interna necesaria para seguir luchando por conseguir los objetivos. Igualmente se nos va el padre que prefirió que sus hijos conocieran el mundo del fútbol a semejanza suya sin presión, disfrutando del deporte desde la base en un conjunto de pueblo con pocos medios, compartiendo el terreno de juego en los entrenamientos con otros equipos, viajando con los padres en los coches particulares y jugando en campos de albero. Se nos marcha el deportista que respetó a todos sus compañeros, que es capaz de reconocer que aun hoy aprende cosas de un juvenil en el día a día de los campos de entrenamiento, que en los momentos de triunfo nunca dejó de lado a su ídolo de la infancia, ni al compañero que compartió vestuario en la génesis del Sevilla campeón. Nadie puede olvidar el gesto de portar la camiseta de Arconada, un emblema y un icono
en sus principios, en la final de la Eurocopa 2008, anteponiendo el homenaje al héroe derrotado en el Parque de los Príncipes, bajando primero al vestuario en busca de la casaca, por encima de la celebración con los compañeros en el campo. Aunque en su retina siempre quedará la imagen de aquel 19 de mayo del 2010 cuando levantó en persona junto al espíritu de Antonio Puerta plasmado en la elástica con su nombre y el 16 eterno aquella Copa del Rey celebrada en Barcelona, saldando la deuda moral contraída con el amigo caído que demostró carácter y compromiso con su club desde niño. Se nos va el portero que arribó desde el levante español buscando la gloria que se le negó en su tierra, no imaginando nunca las vivencias que disfrutaría en el barrio de Nervión, que jamás ha bajado los brazos para no sentirse derrotado, que ha percibido el cariño, el aliento, el apoyo y la fidelidad de una afición, que guarda como mejor recuerdo en el Pizjuán el gol del jueves de feria que nos abrió la puerta de los triunfos por delante de cualquier parada, que saboreó las sensaciones contrapuesta de la soledad que vive un guardameta debajo de los palos al marca un gol en Donetsk, aunque se quede con sus intervenciones en la portería, que fue el único titular que disputo al completo cada una de las finales que supuso la consecución de seis títulos que contribuyeron a crear su leyenda como mejor portero de la historia reciente del Sevilla FC. Por último nos dice adiós un hombre humilde que en su despedida seguro que quiere dar las gracias por la consideración tenida hacia su persona, que pretende dejar el recuerdo de un profesional honesto que ha dado todo por la entidad y que desea volver pronto a su casa para desarrollar un nuevo ciclo como entrenador. Hasta siempre sevillista.