Hace dos años y pico, en el peor momento de la depresión económica que aún seguimos sufriendo (y lo que nos queda), a alguien que conozco le dio por montar un pequeño negocio, ante la estupefacción de la mayor parte de la gente que le rodeaba.
Esa mayor parte le tildó de loco y le auguró el mayor de los fracasos, a lo que esta persona hizo oídos sordos. No tenía nada que perder. Absolutamente nada. Si acaso, sus pequeños ahorros, los que invirtió en el negocio. Pero, en el fondo, ni eso. No tenía trabajo, no llegaba a fin de mes, con lo que se veía obligado a tirar de ese remanente para subsistir. Tarde o temprano se acabaría. Lo único que hizo fue acelerar el proceso, con la esperanza de darle la vuelta. Y lo consiguió, oigan. Hoy día, el negocio le proporciona el sueldo que antes no tenía. Y los que le tildaban de loco, ahora le dicen que vaya suerte ha tenido, a lo que él responde siempre lo mismo: “La suerte no se tiene. La suerte se busca”. Esto que escribo hoy no va de negocios, sino de derrotistas. Esas personas que todo lo ven mal, que no se echan “palante” por nada del mundo y que inundan de su pesimismo el ánimo de los demás. Esos que cuando las cosas salen bien, hablan de suerte. Y cuando salen mal, de que “yo ya lo dije”. Esos que se definen a sí mismos como “realistas”, como si ellos fueran los que deciden que está dentro o fuera de la “realidad”. Esos que jamás hubieran montado el negocio de esa persona que conozco. Esos que ya saben que el Sevilla saldrá derrotado del Camp Nou este fin de semana. Por supuesto, lo normal es que ocurra eso: que salga derrotado. Bueno, me quedo corto. Lo normal es que salga goleado. Perdonen, quizá me paso de optimista. Lo normal es que a la media hora ya estemos goleados, que el resto del partido sirva para que los barcelonistas nos utilicen como sparrings y su entrenador pueda realizar probaturas, como se hace en pretemporada, con vistas a lo que de verdad les interesa: los enfrentamientos contra el Real Madrid (donde se decide el campeonato) y la Liga de Campeones. Bien, dicho quedó. En este punto, estamos como el emprendedor del primer y segundo párrafo. No tenemos nada que perder. Absolutamente nada. Por tanto, ¿por qué no se intenta? Es decir, si ya damos por sentado que no contamos con los puntos, ¿qué pasa por soltar una sonrisa maliciosa y decir “a ver si les damos un susto”? Sé que esto es ciencia ficción para los derrotistas. Si ya de por sí consideran un fracaso la temporada en la jornada 3 y ya saben quienes valen y quienes no de los jugadores que han venido, ¿qué esperanzas puedo tener de convencerles para que se unan a algo como esto que estoy diciendo?
Ninguna. No lo pretendo. De hecho, sé que los habrá que se se rían de esto y me tachen de gilipollas por decir cosas así. Me es indiferente. Yo soy igual de gilipollas como ellos de pequeñitos. De mindundis. De cobardes. Y eso que a uno le entran ganas de no presentarse si quiera para joderles el negocio a las operadoras televisivas. O mandar al juvenil. O que los jugadores se sienten en el césped a ver al partido como si fueran espectadores de la grada. Pero es que a mí no me cabe en la cabeza decir que el Sevilla es un grande y luego poner el trasero para que me lo meneen (si me lo quieren menear, tendrán casi que matarme primero) Tengo la experiencia, personal y colectiva, de no haber creído en muchas cosas que luego se produjeron. Fuera del deporte, y dentro de él. Fuera del fútbol, y dentro de él. Fuera del Sevilla, y dentro de él. Por tanto, a mí que no me fastidien. Un equipo que se considera grande visita el estadio de uno de los tres mejores equipos del mundo, sabiendo que es casi quimérico ganar allí. Pero un equipo que se considera grande prepara el partido a conciencia y se planta en el campo concentrado y sin complejos, tratando de hincarle el diente al monstruo en ese punto débil que han descubierto mientras preparaban el partido como digo: a conciencia. Luego pasará lo que tenga que pasar, pero, como decía nuestro emprendedor favorito, la suerte hay que buscarla, no llega sin más. Y para buscarla, hay que hacer lo que hay que hacer. Otra cosa es que lo hagan o no. Otra cosa es que, luego, entrenador y jugadores no sepan estar a la altura. O que el colosal rival te arrolle de manera que convierta en imposible todo lo que has preparado. Pueden pasar muchas cosas. Pero a mí no me verán derrotado en la previa. No, señores derrotistas. Ustedes no son realistas: son eso, derrotistas. El realista es el que sabe lo que hay, el que es consciente de las cosas, pero no para cagarse y darse la vuelta, sino para saber de qué modo intentarlo. Aunque sepa que lo normal es no conseguirlo. Pero es que, si no se intenta jamás se consigue. “La suerte no se tiene. La suerte se busca”. Twitter: @Ravesen_