MEJOR ENCENDER UNA VELA QUE MALDECIR EN LA OSCURIDAD. Por Rubén Uría.
Una fuente de inspiración personal me advierte de la milenaria sabiduría del proverbio chino. ‘Mejor encender una vela que maldecir en la oscuridad’. El debut de La Roja deja sensaciones encontradas y análisis que nacen de parámetros más mentirosos que el falso nueve ideado por Del Bosque. Se trata de la insana costumbre de buscar culpables en vez de soluciones. España presume de equipo, pero no es inmune al pesimismo, porque no hay antídoto para un resultado inesperado, ni racionalidad que sea impermeable a una opinión pública que, desde el periodismo a los aficionados, abraza el reproche cuando el viento no es favorable. España, admirada por su estilo de juego y su poder asociativo, no puede ser analizada desde la perspectiva del resultado. Con demasiada frecuencia, el marcador es la coartada principal, el mantra más repetido y el ideario más sólido para despreciar su consecución. Nadie puede negar la naturaleza del resultado en todo juego. Pero si el juego es eso, juego, existen otras variables que, en toda crítica, hasta en la más ajustada, no figuran en los remates a puerta, el porcentaje de posesión, las ocasiones falladas o los pases acertados. No, el juego es otra cosa. Resulta imposible valorar su naturaleza, su belleza o sus imperfecciones, vinculándolo, de manera exclusiva y como verdad absoluta, al resultado final.
España empató, sí, pero la lectura de lo ocurrido no responde a un criterio exclusivo. El fútbol de esta selección no es un acto instantáneo, ni responde a un principio de acción y reacción, ni tampoco a una ciencia exacta. Es un fin donde importan los medios, donde los grandes secretos nacen en pequeños valores intangibles. ¿Se puede cuantificar la actuación de España a través del resultado? Ante Italia, la respuesta a esa pregunta negó la relación directa entre marcador y juego. España hizo su gol cuando menos lo mereció, en una acción aislada. El tanto validó la autoría de un plan con ausencia de nueve, premiando a una España desnaturalizada. En cambio, cuando gobernó el partido, protegió la pelota como un diamante y enchufó el interruptor de la profundidad, el gol, el resultado, se negó. España empató, es una realidad objetiva. Empató cuando hacía méritos para perderlo y no tuvo el acierto para rematar un partido cuando hizo lo imposible por ganarlo. Paradójico, pero cierto.
Dicen que quien olvida la historia está condenada a repetirla. Esta selección, compuesta por la mejor generación de futbolistas españoles de todos los tiempos, se ha ganado la admiración del planeta no sólo por el resultado, sino por su manera de conquistarlo. España es la favorita porque gana, de acuerdo, pero enamora por su estilo y por su forma de entender el juego. Será inevitable que, cuando los resultados se suelten de la mano de España, haya quien lapide al seleccionador, quien azote en plaza pública a Fernando Torres o quien reniegue de la herencia de los locos bajitos, es ley de vida. Pero España ha llegado a cotas de éxito insospechadas no por su capacidad para garantizar el resultado, sino por su modo de interpretar el juego. España nunca tuvo especial pegada, pero sí juego.
Hace años, España era la campeona del mundo de los amistosos y la gran decepción de las competiciones oficiales. Jugaba como siempre y perdía como nunca. Hoy España juega como nunca y casi siempre, gana. El juego es la consecuencia del resultado, no a la inversa. Sí, el resultado siempre estará ahí, de manera perpetua, para recordarnos la delgadez de la línea que separa éxito de fracaso. Pero España no ha llegado a la elite por su autoridad en el resultado. No, España es lo que es gracias al juego. Ganó el Mundial, el mejor resultado de su historia, pero lo hizo sin tener la suficiente pegada para plasmar, en goles, su insultante superioridad en el juego. Lo logró con resultados apretados, apurados, pero con un criterio exquisito y un juego impregnado de belleza. Ahora que hay barra libre de sospechas, de desencuentros con el criterio del seleccionador o con algunos jugadores, conviene recordarlo. Sólo desde el buen juego llegarán los buenos resultados. España no conoce otro camino. Hay ejemplos en la historia que señalan lo contrario, excepciones a la regla, pero esta España no está programada para eso, ni tiene jugadores capaces de defender una propuesta mirando al marcador. Puede ganar un partido sin jugar bien, pero no podrá ganar una competición. Así que, ante la tentación del resultado y su realidad objetiva, mejor encender una vela que maldecir en la oscuridad. La vela es el juego.
Rubén Uría / Eurosport