Blog: «MANQUEPIERDA».

Escrito por Carlos Martinez. Creado en Los Blogs opinan

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Blog «MANQUEPIERDA».

LA MEJOR HERENCIA. Por Joaquín Díaz.

Alberto condujo su coche por una carretera comarcal que le resultaba lejanamente familiar. Hacía años que no la transitaba, pero recordaba perfectamente el camino a casa de sus abuelos. La verdad es que aquel pueblo de Sevilla había cambiado mucho, demasiado, pensó. Aunque lo abandonó con apenas cinco años y desde entonces no había retornado a sus calles.

Sus padres se marcharon muy lejos, en busca de un trabajo que allí era imposible de encontrar. Desde entonces, el contacto con la familia que dejaron atrás se fue perdiendo, hasta difuminarse en el silencio. Apenas recordaba nada, la imagen de su abuelo era un eco etéreo que se perdía en un distante rincón de su memoria.

Cuando recibió la noticia de la muerte de su abuelo, decidió volver, para ajustar cuentas con un pasado que parecía haber abandonado pero que, por una extraña razón, se negaba a dejarlo en paz.

Vislumbró a través del parabrisas la casa de sus abuelos, aquella casa en la que había dado sus primeros pasos. Estaba igual. O al menos eso intuía. Era lo único que parecía no haber cambiado en toda aquella tierra abrasada por el sol implacable de Agosto.

Cuando atravesó el dintel, ajado y herrumbroso, los recuerdos comenzaron a asaltarle como una bofetada placentera. Recorrió los pasillos y habitaciones con una sonrisa esbozada en sus labios. Los muebles permanecían ocultos bajo sábanas polvorientas. Todo poseía, indefectiblemente, un aroma de dulce decadencia.

En lo que antaño fue el salón, Alberto encontró una caja, con un pequeño sobre con su nombre escrito en el dorso. Se quedó sorprendido. Nunca pensó que su abuelo le hubiera reservado ese postrer detalle. Los trazos de su nombre con aquella veterana letra no dejaban lugar a dudas de quién los había grabado.

Sacó la carta que había en su interior y comenzó a leerla. El recuerdo de su abuelo fue haciéndose cada vez más perceptible y diáfano:

“Querido nieto:
Hace ya mucho tiempo que dejaste de oír mi voz, y quizás no me recuerdes. Quiero que sepas que yo nunca he dejado de recordarte a ti y a tus padres. La vida, en ocasiones, traza extraños senderos que parece que nos separan. Pero en nuestra memoria siempre nos encontramos, siempre. Yo no he dejado de encontrarme contigo, en mis sueños, ni un solo día.

Espero que algún día puedas leer esta carta. Te dejo a ti lo único que he tenido de valor en mi vida. Sé que eres el único que sabrás valorar su significado. Te crié hasta los cinco años, y sé de qué pasta estás hecho. Siempre serás uno de los nuestros, incluso aunque no recuerdes el nombre tan glorioso y mítico que encierran las cinco letras de esa leyenda que recorre el mundo entero, y
que forma parte de tu vida, como formó parte de la mía.

Te querré siempre. Tu abuelo Antonio.

Alberto abrió la caja y lo que encontró hizo que sus ojos se inundaran de lágrimas y que imágenes de su infancia comenzaran a asaltarle en tropel. Una vieja camiseta de rayas verdes y blancas, perfumada de naftalina, venía acompañada de una foto suya, de niño, junto a su abuelo, con aquella camiseta puesta y un balón. Al instante recordó todo aquello. Volvió la foto. En la parte
de atrás el mismo había escrito, el mismo día que se marchó con sus padres: “Abuelito, yo siempre seré del Betis, siempre” .

Entonces comprendió que era cierto. Que su abuelo siempre había estado junto a él, a pesar de la distancia y el olvido. Y que no podía haberle dejado mejor y más valiosa herencia. Había recuperado su pasado. Ahora sabía quién era…