Barbosa, el hombre que murió dos veces

Escrito por José Miguel Muñoz. Creado en Más Fútbol

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En un país donde el fútbol es una religión y los futbolistas dioses, parece increíble que a estos ídolos del balompié no se les perdone ser humanos. El meta de Brasil 50 Barbosa es un ejemplo.

Por: JOAQUÍN BEJARANO para NUMBER 1

En 2014 se jugará el Mundial de fútbol en Brasil, y un doble sentimiento sacude a la población brasileña: alegría o miedo… Con más o menos lujo de detalles, por todos es conocida la historia del ‘Maracanazo’, de aquella final (que nunca lo fue) jugada en Maracaná (que nunca se ha llamado así) del Mundial de fútbol de 1950. Hasta la fecha, ha sido el único campeonato que se ha disputado sin un sistema de enfrentamiento directo, y por tanto sin una final. El método elegido fue el de liguilla y así premiar finalmente al conjunto más regular.

En la 2ª liguilla, la definitiva, formada por Brasil, Uruguay, España y Suecia, se llegó a la última jornada con un guión que hubiera escrito el mismísimo Alfred Hithcook. De un lado, se presentaba Brasil, la anfitriona, la gran favorita, y llegaba tras imponerse a Suecia 7-1 y a España 6-1; al otro Uruguay, que llegaba con dudas tras empatar con España 2-2 a falta de 15 minutos, y remontar a Suecia 3-2 en los últimos 13 minutos. A Brasil, le bastaba el empate para ser campeona, y todo apuntaba a ello, ya que en el minuto 68 vencía 1-0.

Mientras los organizadores y todo el pueblo brasileño se preparaban para la fiesta, a Uruguay le dio por sacar el orgullo charrúa, ese orgullo que ha hecho que un país de apenas 3 millones de habitantes, haya ganado 2 Mundiales, y exportado al mundo algunos de los mejores jugadores de la historia (Héctor Castro, Ghiggia, Schiaffino, Luis Cubilla, Enzo Francescoli, Paolo Montero, Álvaro Recoba, Diego Forlán…)

Ghiggia, cogió un balón en la banda derecha y se adentró todo lo que pudo en el área rival, una vez que llegó a la línea de fondo, centró y en el punto de penalti, Schiaffino con un gran disparo, logró el empate.
La canarinha que hasta ese momento parecía estar jugando un partido de cadetes contra infantiles, sintió una especie de pánico que se rubricó en el minuto 81, cuando otra vez Ghiggia, cogía otro balón en su banda derecha y corría otra vez hacia la línea de fondo, allí esperaba atento Schiaffino, pero esta vez no pudo centrar porque Juvenal le salió al cruce, y Barbosa que también esperaba el centro al corazón del área, descuidó su palo. Ghiggia lo vio claro y atajó por el camino corto, 1-2.

El Estadio Municipal do Rio de Janeiro enmudeció. Ary Barroso, que era el locutor encargado de narrar el partido para la radio brasileña, de inmediato dijo: “Yo ya sabía, yo ya sabía……. yo ya sabía”, soltó el micrófono, salió de Maracaná y abandono la profesión. Los 9 minutos restantes, fueron de asedio contra la portería uruguaya, pero de nada sirvió; los 250.000 espectadores que abarrotaban las gradas, y que 20 minutos antes celebraban el título, se quedaron atónitos, inmersos en la mayor decepción que se ha vivido en un estadio de fútbol.

El periodista Mario Filho (que actualmente da nombre al estadio de Maracaná) dijo: “Cuando yo iba saliendo vi un muchacho rodar y caer de cara al suelo, como muerto. Nadie lo socorrió. Había gente paralizada, el estadio se vació y aquellos rostros permanecían inmóviles, como si el tiempo se hubiese detenido, como si el mundo se hubiera acabado. No se oía una bocina de los autos que regresaban.
La ciudad cerró las ventanas, se sumergió en el luto. Era como si cada brasileño hubiera perdido al ser más querido. Peor que eso, como si cada brasileño hubiera perdido el honor y la dignidad. Por eso, muchos juraron aquel 16 de julio no volver nunca a una cancha de fútbol”.

Así Uruguay, que en los 3 partidos que había jugado, a falta de 15 minutos en cada uno de ellos no ganaba ninguno, se alzó con el título de Campeón del Mundo. Jules Rimet, encargado de dar el trofeo, y que tenía preparado un discurso en portugués, reconoció que tuvo que darle la copa a Uruguay casi a escondidas, por miedo, pena y vergüenza. Alcides Ghiggia, dijo años más tarde: «sólo 3 personas han callado Maracaná: Frank Sinatra, el Papa y yo».

En Brasil, país supersticioso donde los haya, se dice que una maldición cayó aquel día; lo cierto es que Uruguay nunca ha vuelto a ganar en el Estadio Jornalista Mario Filho, y Brasil que hasta ése día vestía de blanco, nunca más se ha vuelto a poner esa camiseta. Así nació la verde-amarela. Pero entre el medio millón de ojos que vieron en directo el gol de Ghiggia, 2 ojos lo vieron más cercano que ningún otro, y posiblemente esos 2 ojos también lloraron más que ningún otro. Eran los ojos de Moacir Barbosa, el portero «culpable» del desastre de Brasil.

Barbosa, el gran portero de Vasco de Gama, que había ganado para los cruzmaltinhos, 5 Ligas y una Copa Libertadores, fue nombrado mejor portero del Mundial, pero ese premio de nada le sirvió. Barbosa siguió jugando 3 años para la selección, y algunos más con el Vasco, pero en Brasil, en la calle, casi nadie le perdonó, incluída su propia novia que le abandonó poco después del ‘Maracanazo’.

Tal era el sentimiento del pueblo contra Barbosa, que bastaba el simple hecho de que entrara en una panadería, para que el resto de clientes salieran del lugar por temor a su mala suerte. «Mufa» le llamaban.
«Si no hubiera aprendido a contenerme cada vez que la gente me reprochaba lo del gol, habría terminado en la cárcel o en el cementerio hace mucho tiempo». Una vez retirado, y arruinado económicamente, Barbosa fue contratado como encargado de mantenimiento del césped en el Maracaná, donde trabajó durante 20 años, sobreviviendo gracias a una pensión vitalicia que le mantuvo el Vasco de Gama, y a una especie de casa en ruinas que le ofrecieron junto al túnel de jardinería del estadio.

Noches y noches pasó repitiendo una y otra vez aquella jugada. A mediados de los años sesenta y tras una reforma, pidió quedarse con la vieja portería de palos cuadrados que tantos recuerdos le traían; al día siguiente hizo una barbacoa con los pocos amigos que tenía y la quemó en una especie de exorcismo.
En un partido de las eliminatorias para el Mundial de Italia´90, un balón llegó hasta el túnel donde siempre estaba Barbosa, éste lo devolvió al terreno de juego, pero Taffarel que era el portero de Brasil, se negó a cogerlo y le pidió al árbitro que lo cambiase por otro alegando que el balón no estaba en condiciones para el juego…

Con motivo del Mundial de EEUU´94, Barbosa fue contratado como comentarista por un medio británico y le mandaron a cubrir la concentración brasileña, cuando llegó le dijeron: «Que pase y que no vuelva más» una vez dentro, un delegado dijo: «Echen a este hombre de aquí, trae mala suerte»; no pudo trabajar… le echaron de allí.

En sus últimos años, le preguntaron qué era lo que más le había dolido del Maracanazo, Barbosa respondió: «Fue una tarde de los años 80 en un mercado. Me llamó la atención una señora que me señalaba con el dedo, mientras le decía en voz alta a su chiquito: Mira hijo, nunca olvides esa cara… ése es el hombre que hizo llorar a todo Brasil». Más tarde, Barbosa con lágrimas en los ojos dijo: «En Brasil, la pena que la ley establece por matar a alguien es de 30 años, están por cumplirse 50 de aquella final y yo sigo encarcelado, la gente todavía dice que soy el culpable», «En Brasil no existe la cadena perpetua para nadie, para nadie salvo para mí».

Prueba de la superstición que hay en Brasil, se manifiesta en el hecho de que hasta la llegada de Dida a la selección, han tenido que pasar casi 45 años para que un portero negro se haya vuelto a poner la camiseta canarinha, y unos 50 hasta que haya sido titular en un Mundial.
Barbosa, que tuvo que soportar en 1997 la muerte de su mujer (su única compañía), murió el 7 de Abril del 2000. En un país donde los futbolistas son semi-dioses, Barbosa murió solo y a su entierro acudieron unas 30 personas; una bandera blanca con la franja negra del Vasco de Gama sobre su ataúd, era lo único que le identificaba como jugador. Moacir Barbosa, «El hombre que murió 2 veces».

Twitter: @Kynette27