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AQUEL SOLDADO VIEJO Y PATOSO. Por Manuel Miranda.

Érase una vez un soldado que, ya algo mayor, partió de las tierras frías y húmedas de la Britania.

Ese soldado cruzó los más de 2.000 kilómetros que separan esa gran potencia mundial hacia un pequeño poblado, histórico, pero pequeño, al sur de la Hispania, en busca de mayor fortuna.

Ese soldado llegó al poblado y, al principio, la gente desconfiaba de él.

«Es viejo».

«Con lo alto que es tiene que ser muy patoso para el arte de la guerra».

«No tiene nada que ver con nosotros».

«Tiene unos pensamientos poco comunes y unos comportamientos extraños en nuestro mundo occidental».

Eso pensaban o decían de él cuando acababa de llegar.

Sin embargo, con el paso del tiempo, ese soldado que decían viejo y patoso, poco a poco, batalla a batalla, fue ganándose el respeto de sus conciudadanos.

Y batalla a batalla, ese pueblo, reducto de la Hispania, comenzó a expandirse.

Primero conquistó la Hispania.

Y de ahí, atravesando las fronteras pirenaicas, el pequeño poblado, como en la antigüedad hiciera la Roma de los Césares, fue extendiendo sus dominios, de sur a norte, de oeste a este, desde Gibraltar a los Urales. Y de ahí, al mundo entero.

Y todo eso al mando de aquel viejo y patoso soldado.

Aquel soldado tenía una maestría colosal con la espada.

A lomos de un caballo andaluz en extraordinarias cabalgadas, o a pie, cuando el soldado se ponía frente a frente a su enemigo, éste temblaba.

Su maestría era tal que parecía que el mundo se detenía.

La Tierra dejaba de girar.

Los segundos parecían horas.

Y cuando se disponía a blandir su espada sobre su rival, el silencio.

El campo de batalla enmudecía para ver la acción del más grande soldado que había pisado aquel campo de batalla.

Y tras esa acción, la victoria.

Batalla a batalla.

Guerra a guerra.

Y aquel soldado que parecía viejo y patoso llegó a convertirse en el más grande Capitán General de aquél pequeño poblado al que llegó tiempo atrás.

Hoy, a ese gran Capitán General, se le apaga la llama.

Sólo el tiempo, aquél que dicen que da y quita razones, podrá darle alivio a sus enemigos porque, más pronto que tarde, ese gran héroe para su gente, tendrá que envainar su espada.

Hasta que ese día llegue, sigan disfrutando de él.