«Fobal 2000»: Abramóvich y un sueño cumplido

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ABRAMOVICH Y UN SUEÑO CUMPLIDO. Por Matías Rodríguez.

Román Abramóvich instaló el capitalismo en la Rusia postsoviética, fue asistente estrella del presidente Borís Yeltsin, gobernador y diputado de Chukotka  -una incipiente región rusa que refundó a base de millones-  e incluso intentó comprar el Castillo de Bran, la famosa casa de Drácula, sin embargo desde que llegó a Chelsea en junio de 2003 su anhelo fue ganar la Champions League. Nueve años y ochocientos millones de euros después, su equipo le cumplió el capricho en una final increíble.

El título llegó en la temporada menos pensada. A pesar de la expectativa que generó en el pasado verano europeo el arribo de André Villas-Boas al banquillo azul, en materia de incorporaciones el último mercado de traspasos fue uno de los más “austeros” para Chelsea. Juan Mata, Raúl Meireles, Romelu Lukaku y Gary Cahill sabían a poco teniendo en cuenta las suntuosas costumbres de Abramóvich.

Chelsea finalizó sexto en la Premier League, y llegó a la final de la Champions tras derrotar a Barcelona en las semifinales. Un partido épico en Stamford Bridge, que mereció perder y terminó ganando por Drogba, decidió aquella serie. En el Camp Nou la fortuna y el coraje hicieron valer el tanto del marfileño. En cuartos había superado cómodamente a Benfica y en octavos (con entrenador nuevo en la vuelta) revirtió en Inglaterra un 1-3 ante Napoli. El resultado encajado en el San Paolo había marcado el fin de la era Villas-Boas.

Roberto Di Matteo fue el reemplazante del portugués que llegó como una estrella y se fue repudiado por los dueños del vestuario. De perfil bajo y poco cartel fuera de Chelsea, el suizo nacionalizado italiano logró lo que nadie: llevar al equipo a levantar la Champions. En Alemania y ante el mismo Bayern Munich que había sacado al Real Madrid de Mourinho en las semifinales.

Chelsea maniató al Bayern en su propio campo. Resignó el protagonismo y se asumió inferior, se puso por debajo, pero le cedió a los alemanes un dominio sucio, mentiroso. Di Matteo obligó a Robben, Ribery, Mario Gómez y compañía a atacar de costado; con los centrales defendiendo en línea cerca de Petr Cech le anuló las bandas y desgastó a su rival esperando una contra salvadora. Cerca del final, como a lo largo de toda la competición, Chelsea quedó al borde del colapso: un centro desde la izquierda del ataque bávaro cayó en la cabeza de Muller, que con una heterodoxa definición puso por encima a su equipo. 0-1 en Alemania. Parecía decisivo.

Los milagros suceden una sola vez dicen, y el de Chelsea se había agotado en semifinales. Sin embargo Di Matteo  -que le da excesiva participación en las decisiones a sus dirigidos-  dialogó primero con Bosingwa y luego con David Luiz y se decidió finalmente por el ingreso de Fernando Torres. En la primera que tocó el madrileño la pelota se fue al tiro de esquina. El primero del equipo en todo el partido. Y del tiro de equina el gol. De Drogba. 1-1, alargue (penal de Robben atajado por Cech incluido) y penales.

Por enésima vez las cosas empezaron torcidas para Chelsea. En la definición Mata regaló su penal y no pudo empatar la serie que había abierto Philipp Lahm con mucha seguridad. También convirtieron Mario Gómez, David Luiz, Neuer y Lampard. Olic falló. No así Ashley Cole. Schweinsteiger  -seguramente el que menos merecía una decepción semejante-  envió su remate al palo y dejó en los pies de Drogba la ansiada Champions League. El marfileño no dudó y cerró, probablemente, su ciclo en Inglaterra dejando al club en lo más alto.

En Chelsea hay varias cosas que decidir. Difícilmente Di Matteo continúe en su cargo. En el club todos entienden que una situación así es irrepetible y, además, el magnate ruso se deja obnubilar por los nombres. Sueña con Guardiola, y en menor medida con un regreso de Mourinho. Ninguno de los dos será posible, pero eso poco importa ahora para Abramóvich, que tiene un capricho menos.